sábado, 19 de septiembre de 2009

¿Conflicto Mapuche?


Hoy, luego de más de cinco siglos en que se comprobaba que el planeta Tierra era redondo – entre otras cosas- el Mapuche sigue resistiendo ante las amenazas de la modernidad, ante la fuerza del capital y ante el terror violento de manos de los intereses del Estado nacional chileno. Sin ahondar en fechas, 1492, marca también la sangrienta batalla de la defensa cultural. En Chile, el tema es una llama de fuego que aún no se apaga, al contrario de lo que pasó - por ejemplo - con los Incas o Aztecas o los propios pueblos interinos del territorio (atacameños, alacalufes, etc.). El “indio” como es llamado por la historiografía hispana, murió en la conquista, fue humillado en la colonia, luego fue enaltecido a comienzos del periodo republicano, y hoy, es nuevamente objeto de conquista y violencia. Él y su tierra.


La administración del Estado de Chile, los medios de comunicación y la opinión general, se refieren constantemente a un “conflicto mapuche”, entendiéndose esto como un enfrentamiento de ideas y armas, entre unos y otros, entre el originario Pueblo Mapuche y la expresión estatal chilena, respectivamente. A grandes rasgos, unos buscan la recuperación de sus antiquísimos territorios y una completa reivindicación; otros protegen la propiedad privada usurpada (a los pueblos originarios) a mediados del siglo antepasado (XIX), agregando a ello, solucionar el llamado y reiterado “conflicto mapuche”.


Ante esto ¿De quién es el conflicto? En la actualidad del 2009, el Mapuche sigue ofreciendo el pecho, por sus valores e ideosincracia de aquel ingrato siglo XV. El Pueblo Mapuche le muestra los dientes a las fuerzas policiales dirigidas por el Estado nación, entierra a los weichafe y surge de entre las comunidades en una justa reivindicación. La pregunta surge nuevamente ¿es acaso un conflicto de los Mapuche?. En Chile, a finales de la década de 1850 se produce una crisis económica generada por el salitre. En ese entonces las relaciones entre huincas y mapuche eran mediante parlamentos, relaciones rotas por la determinación económica del Estado de avanzar hacia el sur y así solucionar SUS problemas monetarios. Sin embargo, este avance, a pesar de ser planteado como integración, dejó consecuencias garrafales para Chile y para la zona (La Frontera). Consecuencias que se aprecian en la prensa, en las muertes, en las marchas, en los enfrentamientos, en la generación de opiniones, en el poco crecimiento de la región de la Araucanía, etc.

La elite dirigente de ese entonces, en los albores del Estado, necesitaba intrínseca y extrínsecamente la integración de la Frontera, pues era esencial tanto para apalear las dificultades económicas, como para ir consolidando la idea de Nación bajo una identidad común. No obstante, la unidad planteada por la aristocracia chilena, no imaginó y no midió lo que podría suceder en esta acción de ocupación de la Araucanía. Así, cuando en 1857 se da inicio a este proceso nunca se pensó en las fragmentaciones culturales e identitaria que en este lugar se presentaban. Como lo plantea J. Pinto, nunca fraguó la convivencia de mapuche, colonos extranjeros ni chilenos:”…uno de los grandes fracasos del Estado fue no haber sido capaz de configurar en la región una identidad colectiva que empujara el carro del desarrollo, respetando una diversidad que no se quiso ver cuando se inició la ocupación (…) la ausencia de un sentido de pertenencia común y de aspiraciones colectivas que se sobrepusieran a las demandas sectoriales, se convirtió en una debilidad que la región no ha podido superar.


Ya en 1859 el diario “El Mercurio” de Valparaíso decía que: los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos…y una asociación de bárbaros tan bárbaros como los araucanos no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización.

Era tan distinta la visión del colono que fue empujado al sur por el propio Estado, con la visión del Mapuche originario defensor de su ancestralidad, y con la mirada unificadora y violenta del Chileno, que no se ha podido conjugar una identidad convergente. Por supuesto que esta identidad es una tarea que no se logrará fácilmente. El Mapuche defiende sus costumbres, sus tradiciones, su misticismo, su sencillez, su autosuficiencia, y por sobre todo sus tierras. Está demás decir, que el Mapuche siempre ha existido, el chileno es una creación de la ambición del desarrollo y de la esfera económica.

Lamentable.


Para terminar, ¿De quién es el conflicto? Así es señores, el conflicto no es del Mapuche. El Conflicto es del Estado, manejado por la omnipotente elite, esa burguesía que domina desde hace más de cinco siglos

Celebrando nada


Habitualmente se nos enseña el proceso de Independencia de Chile como una parte de la historia chilena dividida en una Patria Vieja, Reconquista española y la Patria Nueva. Es un periodo que avanza desde la primera Junta Nacional de Gobierno en 1810 hasta la declaración de independencia en 1818. La pregunta de cual es el hito de emancipación chilena es una polémica aparte, lo importante es saber que celebramos cuando observamos los espacios públicos y privados con banderas y adornos “chilenos”.

Pues bien, la masiva propaganda de un Bicentenario, las docenas de empanadas en las casas del populacho, el vino y la chicha en las “ramadas”, los desfiles en la calle central, y la de los militares en la capital, los bailes folclóricos y otros no tantos, van haciendo difuso y complejo el panorama de la mayoría de los chilenos. ¿Qué celebramos?
El consenso de historiadores chilenos, desde los que escriben en perspectiva económica, social o los mismos conservadores, hablan de una Junta Nacional de gobierno sin ninguna intención de separarse de España. ¡Pero atención! El jolgorio, la juerga, los volantines, los asados, la chusma ebria y el blanco-azul-rojo son parte de un proyecto político- cultural de la decimonónica elite chilena, aquella compuesta por los de Toro y Zambrano, los O`Higgins, los Carrera, los Portales, los Edwards, los Alessandri, los Frei, entre muchos otros. Este grupo aristócrata aburguesado, es el responsable de que nos hagamos llamar chilenos y de que bebamos hasta más no poder.
Hablamos entonces de la identidad del chileno, de su comida típica, de su baile nacional, de su linda bandera, etc., etc. Estos logros fueron una de las tareas más arduas de la élite criolla luego de establecer el Estado chileno, estamos en presencia de la Nación. En un principio fue la Nación Política, luego la Nación cultural, que se construyó desde la perspectiva simbólica, ritual e identitaria, lo que permitió compatibilizar los elementos objetivos (vividos) con los subjetivos (imaginados) de modo de crear una conciencia nacional sólida.

Aquello es lo que tenemos hoy. Un bombardeo incesante de un Bicentenario próximo, el aniversario en el que la élite santiaguina compuesta por comerciantes, mineros y agricultores, saboreaba sus primeros pasos ejerciendo el poder. Si quieren o no, aún podemos seguir hablando de un centralismo nacional, hasta se dice que aquel episodio consistió en un golpe de Santiago a las regiones. En fin, lo que sucedió finalmente, fue que España dejó de ser la cabeza de la política chilena y definitivamente fueron los “habitantes nacionales” los dueños de sus decisiones en todos los planos de la vida. Es decir, nos convertimos en Independientes (formalmente en 1818).
Pero cuál es el grado de independencia de Chile. Desde 1818 continuamos copiando modelos constitucionales, seguimos dependiendo de la exportación de materias primas, necesitamos de intelectuales extranjeros, etc., etc. Las crisis globales siguen afectándonos, dependemos de decisiones extranjeras en cuanto a la política mundial. Se podría seguir.
Recabarren pregunta en el primer centenario (1910) cuál es el motivo por lo que los obreros deben celebrar, respondiendo que no hay ninguna razón. ¿Es posible este cuestionamiento hoy? Pues claro. Admitir que los avances son significativos en economía, en lo cultural, en la “democracia”, no significa no deplorar las pésimas condiciones laborales de la masa asalariada, las agresiones de las fuerzas policiales, la mala distribución de las riquezas, el aumento de la extrema pobreza, las malas condiciones de vivienda, las muertes por un sistema de salud horroroso, la explotación de las clases bajas, el sueldo mínimo.

Entonces pues, que siga celebrando la sagrada familia política chilena, que se regocije en el éxito de su proyecto nacional que a costa de violencia y autoritarismos han logrado mantener. Que sigan felices por los índices macroeconómicos de Chile, por ser un país neoliberal, por un Bicentenario de independencia. Pero la gente común y corriente, mi vecina sin casa, mi padre obrero, mi hermana cesante, mi abuelo alcohólico, mi primo ladrón, el vagabundo de la calle, el campesino pobre, el mapuche valiente no tienen nada que celebrar.
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Una vez más, ¿Fiestas Patrias de qué? ¿Bicentenario de qué? ¿Independencia de qué?

Los años pasan, la memoria permanece


Aquel 11 de Septiembre de 1973, no solo se derrumbaba la vía chilena al Socialismo, no solo moría el presidente Allende, no solo se destruía la Moneda, no solo se iniciaban las torturas y la transgresión a los derechos humanos en Chile, y no solo era el triunfo del neoliberalismo . Aquel fatídico día (para algunos, feliz para muchos más) representaba para la historia del país el recambio superficial del sistema económico. Es superficial, porque es el Capitalismo lo que regía y sigue regulando las relaciones de producción en la sociedad mundial.


Antes de la década de los 70’ y remontándose a finales del siglo XIX, en Chile se veían los primeros indicios de un desarrollo económico interno, se dejaban notar pizcas de independencia económica que aumentaron con la crisis económica del 29’. En los 40’ se va consolidando el modelo industrializador basado en una producción nacional y con un notable decrecimiento de la influencia extranjera. El Estado al mando de los radicales y la CORFO conducían a Chile hacia una política de bienestar, donde el Estado asumía cualidades y responsabilidades que sorprendían: Educación, alimentación, vivienda, salud, seguridad, etc., etc. Pero, el contexto mundial no acompañaría siempre. A medida que se reestablecía la economía mundial, Chile y otros, se condenaban a sucesos bruscos y de transformaciones complejas.

Ese día en que la muchedumbre aclamaba a Allende y al Socialismo, el Estado iniciaba su propio proceso de conversión. El escenario extranjero, el dominio brutal de la burguesía y el afán capitalista se adueñaban de las opciones populares y las devolvían a las añejas estructuras del liberalismo.


Pues bien, poco tiempo estuvo Allende en el ejecutivo, y la historia es bien conocida. Llegó un señor traidor y golpista que guió el proceso del neoliberalismo en Chile. Él y sus amigos del país del Norte estaban seguros (como en muchos otros casos latinos) que solo había una opción: Dictadura (o salvación nacional).

Sin seguir a fondo en una lectura histórica, es importante reconocer en Allende el ideal del pueblo, y digo pueblo como categoría de izquierda. Los setentas constituyen para Chile, la primera opción realizable de un proyecto popular, donde las mayorías si eran partícipes y gestores de su futuro. Es el punto en la historia chilena, donde las centenarias elites dominantes veían truncada su hegemonía. Sus privilegios eran amenazados por grandes cantidades de chusma.

Polémicas y debates pueden surgir por montones sobre esta fecha, sobre las decisiones del presidente, sobre la vía pacífica al socialismo. Sin embargo no hay diferencias cuando se piensa en Allende como un luchador social en el bando de las mayorías, de los trabajadores, de los campesinos, de los desempleados, de los niños pobres, del proletariado en general. Aquel presidente sabía que el 11 de septiembre acontecía la lucha de clases. La Burguesía dirigía a los militares hacia la restauración del poder perdido por un par de años; mientras tanto Allende, representante democrático y socialista de los ideales del pueblo moría fiel a sus electores populares y a sus principios constitucionales.

No debe haber desmemoria en Chile. La igualdad, la equidad y la fraternidad son valores alcanzables. La memoria debe estar viva, lo que debe morir es la injusticia y el egoísmo burgués. Con la muerte de Pinochet solo muere una imagen que se lleva parte del recuerdo de uno de los periodos más crudos y sangrientos de la Historia Latinoamericana.


Lo que tenemos hoy, no es más que los resultados de lo que hizo el despreciable militar: una familia política preocupada de sus privilegios y mantener a las mayorías en condiciones denigrantes.


¿Algo ha cambiado?... La Historia los juzgará